November 2025

Presupuestos son Documentos Morales

Por Rev. Abner Meléndez


El Dr. Martin Luther King, Jr. describió una vez el presupuesto federal como un documento moral: un reflejo de los valores y prioridades más profundos de nuestra nación. Él reconoció que cada decisión presupuestaria también es una decisión moral.

El ministerio del Dr. King no solo se centraba en la justicia racial, sino también en la economía, en quién tiene acceso a la dignidad, a las oportunidades y a la abundancia que Dios destinó para todos. Advirtió que las fuerzas del racismo, el materialismo y la indiferencia pueden llevar a una nación hacia la «ruina espiritual». Sus palabras resuenan con tanta urgencia ahora como lo hicieron hace medio siglo.

Cuando miramos nuestro presupuesto nacional actual, la mayor parte de lo que gastamos ya está asignada. Programas como el Seguro Social, Medicare y las prestaciones para veteranos son obligatorios; están previstos en la ley para proteger a las personas que han trabajado y pagado sus impuestos durante toda su vida. Eso no es un derroche; es una promesa cumplida. Estos compromisos evitan que millones de estadounidenses mayores caigan en la pobreza y honran el trabajo y el sacrificio que ya han dedicado a este país. Aun así, muchas personas mayores tienen dificultades para llegar a fin de mes y, a medida que la inflación sigue aumentando, esa dificultad no hará más que agravarse.

Pero la parte que el Congreso realmente debate y decide cada año —lo que se denomina gasto discrecional— nos indica cuáles son nuestras prioridades actuales. La mayor parte de ese presupuesto discrecional se destina al ejército. El resto es donde a menudo se centra el debate: programas que benefician a los estadounidenses de a pie frente a subvenciones a las empresas que favorecen a quienes ya son poderosos.

Consideremos el reciente proyecto de ley presupuestaria aprobado a principios de este año. Si bien incluye algunas disposiciones que ayudan a los estadounidenses comunes y corrientes, como una deducción estándar más alta y tipos impositivos más bajos, los mayores beneficios recaen en quienes ya les va bien, mientras que a quienes ya tienen dificultades se les pide que sean los que más se sacrifiquen.

Incluye recortes a Medicaid, que atiende a casi la mitad de todos los niños, más del 40 % de los nacimientos y a millones de personas mayores con bajos ingresos, personas con discapacidades y adultos trabajadores cuyos empleos no ofrecen un seguro asequible. También reduce la financiación del SNAP, que proporciona ayuda alimentaria a millones de estadounidenses con bajos ingresos, incluidos casi tres millones de floridanos. Y deja que expiren las subvenciones para seguros médicos de la Ley Cuidado de Salud a Bajo Precio, un cambio que se espera duplique las primas de muchos de los 24 millones de estadounidenses que compran cobertura a través de ella. Estos créditos para la asistencia sanitaria han sido el centro del reciente debate sobre el cierre del Gobierno.

Contrasta eso con la forma en que trata a los ricos y poderosos. Amplía las exenciones fiscales para los hogares con mayores ingresos, hace permanentes los recortes de impuestos a las empresas y eleva la exención del impuesto federal sobre el patrimonio a unos 15 millones de dólares para una persona soltera (30 millones para parejas casadas), lo que permite que casi todos los grandes patrimonios eviten los impuestos federales.

Una vez más, vemos a quiénes están protegidos y a quiénes se les pide que se sacrifiquen. Tenemos que preguntarnos: ¿por qué?

En algún momento, aceptamos una historia peligrosa: que la pobreza es un fracaso personal en lugar de una preocupación compartida. En los años 70 y 80, los líderes políticos encontraron poder en la búsqueda de chivos expiatorios. Contaban historias de «reinas del bienestar social» y advertían que ayudar demasiado a los pobres supondría un perjuicio para todos los demás, como si la lucha de algunos fuera una carga para el resto. En realidad, esos programas solo representaban una pequeña fracción del presupuesto, pero las mentiras, impregnadas de racismo, endurecieron los corazones y justificaron la crueldad.

También influyeron en la política. En la década de 1990, esa narrativa impulsó profundos recortes en las ayudas sociales y transformó la forma en que nuestro país atendía a los necesitados. Y hoy en día, la misma estrategia sigue vigente. ¿Cuántas veces hemos oído que los inmigrantes son los culpables de nuestros problemas económicos, cuando en realidad son una fuerza motriz de nuestra economía?

Las Escrituras cuentan una historia completamente diferente. Desde los profetas hasta los Evangelios, se nos dice que una nación no es juzgada por su riqueza o su fuerza, sino por cómo trata a los pobres, a los enfermos y a los extranjeros. Jesús dijo: “Todo lo que hicisteis a uno de estos más pequeños, a mí me lo hicisteis.”

El teólogo pentecostal Eldin Villafañe lo expresó así:

“El Espíritu liberador nos obliga a ver las implicaciones sociales de nuestra fe. La ética pentecostal no puede limitarse a la experiencia personal, sino que debe abrazar la justicia en la vida pública.”

El gobierno, en su mejor expresión, es una forma de vivir juntos ese mandamiento. Es una herramienta colectiva para amar a nuestro prójimo, construyendo escuelas y carreteras, manteniendo el agua limpia, protegiendo a los trabajadores y a los niños, proporcionando asistencia sanitaria y asegurándonos de que nadie se quede solo cuando se enfrenta a un reto en la vida. Un gobierno moral no rehúye ese deber, sino que lo abraza.

Sin embargo, nuestro gobierno no puede hacer este trabajo por sí solo. La Iglesia también tiene una vocación, no solo de ofrecer caridad, sino también de dar testimonio: decir la verdad sobre los sistemas que hacen daño y colaborar con las instituciones públicas en la difícil tarea de repararlos. Como dijo René Padilla: “La misión integral es como dos alas de un mismo avión: evangelización y acción social son inseparables.” Imaginemos si realmente aceptáramos a la Iglesia y al gobierno como colaboradores en el cuidado de las personas que Dios ama tanto.

Los presupuestos son documentos morales. Son espejos espirituales. Muestran, líne por línea, a quiénes creemos que son dignos de atención. Como señaló Walter Hollenweger:

¿Cómo sería nuestro presupuesto si realmente siguiéramos lo que creemos: que cada persona es imagen de Dios? Hermanos y hermanas, los presupuestos son más que números: son espejos espirituales que muestran a quién consideramos digno de atención. Como pueblo de Dios, creemos que cada persona es imagen de Dios. El Espíritu Santo nos llama a levantar la voz por los pobres, los inmigrantes, los enfermos y los marginados. Es nuestra convicción que la justicia social no es solo un mandato ético, sino también una obra del Espíritu que guía a la Iglesia hacia la compasión y la defensa de los vulnerables. Con esos lentes miramos nuestro entorno para actuar de manera congruente.

No podemos quedarnos en silencio. Debemos ser una Iglesia que ora con poder, pero también que actúa con valentía. Que proclama el evangelio y defiende la justicia. Que anuncia que el Reino de Dios no es solo futuro, sino presente.

Que nuestros presupuestos, nuestras decisiones y nuestra vida reflejen lo que creemos: que cada ser humano es amado por Dios y merece dignidad. ¡Es tiempo de ser una Iglesia llena del Espíritu, que proclama libertad, justicia y esperanza en medio de nuestra nación!

“El movimiento pentecostal nació entre los pobres y marginados; su fuerza espiritual proviene precisamente de esas raíces.”

Preguntas para reflexión

● ¿Cómo nos habla el Espíritu Santo hoy acerca de la justicia social? Texto sugerido: Isaías 61:1 – “El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí… me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos.”

● ¿Qué significa para nosotros afirmar que los presupuestos son documentos morales? Texto sugerido: Proverbios 29:7 – “El justo cuida de los derechos de los pobres.”

● ¿De qué manera nuestra Iglesia puede ser voz profética en medio de sistemas injustos? Texto sugerido: Amós 5:24 – “Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo.”

● ¿Cómo podemos vivir la misión integral del evangelio —palabra y acción— en nuestro contexto local? Texto sugerido: Santiago 2:16-17 – “Si un hermano o una hermana están desnudos… y alguno les dice: Id en paz… pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?”

● ¿Qué relación vemos entre Pentecostés y la justicia social? Texto sugerido: Hechos 2:17 – “Derramaré de mi Espíritu sobre toda carne.”

● ¿Estamos colaborando con Dios en su obra de restauración? Texto sugerido: Mateo 25:40 – “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.”

Acerca del Autor


Rev.
Abner
Meléndez

El Rev. Abner Meléndez nació en Bayamón, Puerto Rico, y aceptó a Cristo a los 9 años. Comenzó a predicar desde joven y fue formado por mentores en la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo). Posee un Bachillerato en Trabajo Social de la Universidad de Puerto Rico y una Maestría en Divinidad del Seminario Evangélico de Puerto Rico. En el 2000, junto a su esposa Leilani, comenzó a pastorear en Caguas, y luego fue pastor de la ICDC Amelia en Guaynabo, donde lideró la congregación en tiempos de crecimiento y crisis. Predicador apasionado y siervo humilde, ha ministrado en varios países y actualmente apoya el cuidado pastoral y la revitalización de iglesias a través de la iniciativa ANCLA. Él y su esposa tienen dos hijas: Diana y Dariana.